jueves, 12 de diciembre de 2019

Aprendiendo sobre comunicación científica (12): análisis del sistema estatal de comunicación de la ciencia

Esta entrada es larga. Aunque lo cuelgo ahora, fue el primer trabajo para Máster de Cultura Científica, en la asignatura Comunicación Institucional de la Ciencia que imparte (muy bien) Elena Lázaro, entre otras cosas coordinadora de la Unidad de Cultura Científica e Innovación de la Universidad de Córdoba y presidenta de la Asociación Española de Comunicación de la Ciencia (AECC).

Ni que decir tiene que es un análisis personal, de un alumno, ligado a una tarea formativa y que no va más allá de estos ámbitos. No soy un experto en el tema, aunque algo me defiendo.




Análisis crítico sobre el sistema estatal de comunicación científica

El sistema estatal de comunicación científica sufre, en primer lugar, de un problema de base. Históricamente, y es algo que aún se arrastra, no hay un total convencimiento de la importancia de la comunicación, algo que no sólo sucede en el ámbito científico. Tanto el sector público como el privado han tardado mucho en convencerse -si es que lo han hecho del todo- de la relevancia de comunicar de forma adecuada la ciencia, sus posibilidades, implicaciones y resultados.

Este problema de base viene, en parte, del olvido de la comunicación en el desarrollo formativo tanto de los ciudadanos como de los propios profesionales de la ciencia. Partiendo de que la educación general, tanto la infantil como la juvenil y universitaria, apenas presta atención a la importancia de la comunicación, los científicos, ingenieros, tecnólogos y demás profesionales no reciben formación específica en comunicación ni divulgación, conocimientos que son, si no necesarios, sí muy recomendables en su día a día.

De esta forma, nos hemos encontrado con el clásico problema de que los científicos -asumiendo el riesgo de generalizar- no suelen tener en mente, o al menos no solían hasta hace poco, la labor de dar a conocer a la sociedad su trabajo. La clásica torre de marfil. La clásica ‘prostitución’ de la ciencia si se hace mundana.

Por ejemplo, la comunicación y la divulgación no cuentan para la carrera científica, algo que busca revertir una iniciativa de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE), a través de su Red Divulga, y de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT). No será sencillo, pero si este documento se utiliza como base y prospera, la valoración de la ciencia será más justa. Hay vida más allá de los factores clásicos de evaluación, que ignoran la divulgación científica.

La sociedad, poco interesada por la ciencia, tampoco reclama a quien la produce que le rinda cuentas sobre sus hallazgos y problemas. Y no ha existido un interés real político, gestor o administrativo para fomentar un interés de ambas partes para comunicar o divulgar la ciencia, pese a que la Ley de la Ciencia obliga a ello.


Imagen: Forges.


La primera lectura que nos sugiere Elena Lázaro, profesora de la asignatura Comunicación Institucional de la Ciencia, tiene un tono optimista sobre la política científica, ya que data de 2009, justo en los años finales de bonanza, antes del comienzo de los recortes. El texto ‘Ciencia, Tecnología y Sociedad en la España del siglo XXI’, escrito por Ana Cuevas y José Antonio López, reconoce que “el avance científico [de las últimas décadas] no se ha visto acompañado de un esfuerzo comparable de comunicación y formación”.

En el problema puede estar la solución. Como señala esta misma lectura, el trinomio clásico del desarrollo científico ha sido ‘ciencia-industria-empresa’. La propuesta es cambiarlo por ‘ciencia-tecnología-sociedad’, lo cual no quiere decir que se olvide la necesidad de llevar la ciencia al mercado, sino interpretar que este fin tiene otro detrás: beneficiar a las personas, además de a la economía.

Éste es uno de los objetivos de un concepto útil y tardío, la denominada Investigación e Innovación Responsable (RRI, en inglés), que además de la participación ciudadana persigue la igualdad de género en ciencia, la ética, la transparencia, el acceso abierto a la ciencia y la educación científica. De su aplicación real depende parte de la reinvención que necesita el modelo científico; ya que este concepto aún no está consolidado, trataría de añadirle a su corpus la comunicación y la divulgación.

La cierta frustración que se notó con la Ley de la Ciencia de 1986 puede repetirse en parte con la Ley de la Ciencia de 2011. Frustración por la complicada situación de la política científica, dada la falta de inversión y las dificultades administrativas, y por el hecho de que la comunicación científica continúa sin parecer algo fundamental para gestores y políticos. Y ello a pesar del gran momento que vive la divulgación científica, acompañada del buen estado –pese a la complicadísima situación de la profesión - del periodismo científico. Probablemente nunca ha habido tan buen periodismo científico como ahora, curiosamente coincidiendo con los peores momentos de la profesión.

¿Por qué los responsables de la ciencia no aprovechan este tirón de la divulgación científica para poner la ciencia en primer plano? La creación de la Agencia SINC -agencia pública estatal de noticias científicas-  ya fue un paso muy positivo, circunscrito al periodismo pero beneficioso para la comunicación científica en general. Pero se necesitan más casos de éxito. El caso de la iniciativa Naukas, por poner un ejemplo, debería ser un espejo en el que los gestores de la ciencia se miraran. ¿Por qué no algo parecido a un Naukas público?.

En los últimos años, la ciencia está más que nunca en los medios de comunicación. Internet, radio, televisión y prensa dan cabida al periodismo, la comunicación y la divulgación científica. Por poner dos ejemplos, cada día se publican más libros de divulgación científica, y aparecen más científicos y divulgadores como colaboradores en los medios. La Administración ha hecho algún movimiento positivo en forma de inclusión de programas científicos en las parrillas, un camino que se debería seguir explorando.

Pero la comunicación no sólo debe estar en los medios. Los gabinetes de comunicación de las instituciones están muchas veces infravalorados, bien por falta de personal y de recursos, bien por falta de relevancia dentro de la estructura organizativa. La comunicación, que en su día se consideró prescindible, lleva tiempo más visible, pero aún hay la sensación de que se considera un añadido, y no algo nuclear, dentro de las instituciones y empresas.

Como bien reseña otra de las lecturas recomendadas (Impacto de los museos y las ferias científicas en España), los museos son un ejemplo a seguir, quizás la joya de la corona de la comunicación institucional de la ciencia. Especialmente en los últimos años, los museos se han convertido en la punta de lanza de la divulgación y la comunicación, bien es cierto que contando con la ventaja de que está en su ADN mostrarse al mundo. Muchos de ellos han ido por delante en uso de redes sociales, por ejemplo, llegando al público joven entre otros logros.


Imagen: Forges.


Por el contrario, buena parte de las instituciones científicas españolas han dedicado años a ocultarse, prefiriendo que no se hablara de ellas por si, al hacerlo, se hablaba mal o se sembraba la duda. Craso error. Aún sucede: poco contacto con los medios de comunicación, falta de información dirigida a la sociedad, comunicación para sus adentros, y cuanta menos exposición, mejor. Aunque hay luz al final del túnel, esto sigue sucediendo en empresas, Organismos Públicos de Investigación, ministerios…

En la cola de la pescadilla están los ciudadanos. En una de las citadas lecturas recomendadas se dice bien claro: “Igual de trascendente es un cambio en las actitudes de los ciudadanos con respecto a estos temas”. Al español medio apenas le importa la ciencia. No la comprende y no quiere comprenderla. ¿Consecuencia? No lucha por ella. El clásico ejemplo de las manifestaciones y protestas por el posible deterioro de la sanidad no tienen equivalente en ciencia: no preocupa especialmente que baje la inversión, que se pierdan recursos humanos o que se cierren equipos y líneas de investigación (entre otras cosas porque ni se sabe).

Da en el clavo Xurxo Mariño en otra de las lecturas recomendadas (‘Comunicar la ciencia, menuda historia’: “Si usted quiere participar como ciudadano en esta sociedad, debe conocer algunos detalles relacionados con los productos que la ciencia vierte en ella (…). También puede usted despreocuparse del asunto, ignorar el conocimiento científico y vivir como un feliz ignorante; al fin y al cabo, es lo que ocurre con la mayoría de ciudadanos (…)”.

Una de las iniciativas más interesantes de los últimos años ha nacido precisamente de un impulso ciudadano. Es Ciencia en el Parlamento. Siendo un auténtico caso de éxito y un caso digno de estudio de cómo la comunicación ha ayudado a su crecimiento y consolidación, Ciencia en el Parlamento ha terminado siendo una iniciativa profesional. De base ciudadana, sí, pero encabezada, sustentada y formada principalmente por científicos. Si la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia preguntara a la ciudadanía si conoce Ciencia en el Parlamento, el porcentaje de negativas sería importante, sin duda. ¿Por qué? De nuevo, la capacidad para comunicar dentro del ámbito científico, cuando se da correctamente como es este caso, no siempre tiene traducción en la calle.

Por proponer una solución global de base, aunque llegarían tarde, una sugerencia personal es impregnar toda la ciencia institucional y empresarial de comunicación. Contar con comunicadores/periodistas/divulgadores en todas las ramas de una organización, y no sólo en los gabinetes de comunicación, o al menos fomentar que los profesionales de estos gabinetes estén siempre presentes en todo el escalafón del organismo para el que trabajan.

Hay que darle a la comunicación la importancia que merece, pero no de palabra, ni como una concesión, sino con hechos y con el convencimiento de que es una necesidad. Tanto la ciencia como la sociedad saldrán beneficiadas, como sugiere Xurxo Mariño al final de su texto: “La imaginación y la capacidad de trabajo que se requiere para hacer buena ciencia deben emplearse también para comunicar su filosofía y sus resultados”. Amén.

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