jueves, 28 de noviembre de 2019

Aprendiendo sobre comunicación científica (2): confianza en la ciencia

Segunda entrada con contenido del Máster de Cultura y Comunicación de la Ciencia. Como os dije, el blog estará varias semanas tomado por ejercicios prácticos, un contenido que por otro lado no está nada mal...

Asignatura: Epistemiología de la ciencia
Tarea 2. redacción texto ciencia

Tal y como encomienda la tarea, escribo a bote pronto y sin elaborar.

Confío en la ciencia. No me sería fácil explicar el por qué. Es cierto que lo primero de lo que uno suele fiarse es de sus sentidos, recurriendo al clásico "si no lo veo, no lo creo", algo no demasiado fiable, tal y como explica Chalmers en su texto '¿Qué es esa cosa llamada ciencia?'. La individualidad y las interpretaciones entran en juego. 

Confío en la razón. Sobre todo, creo en el espíritu crítico, en la duda, en la capacidad de desconfiar, en las mentes abiertas, en equilibrar siempre las emociones con la razón. Todo esto me ayuda a confiar en la ciencia, en la que creo porque supongo que es la mejor manera de explicar la vida. No la más sencilla ni complaciente, que para eso están la fe y la religión, pero no puedo sentirme más alejado de ambas. 

Además, la ciencia me divierte, me entretiene y me sorprende, también buenas razones para sentirme atraído por ella.  También confío en la ciencia porque se contrapone a las meras creencias. Porque puede discutir y rebatir los dogmas de fe. Porque es un arma para la cultura social. Porque me ofrece asideros para lo que no puedo entender, lo que implica tener confianza en quienes dan por válido algo que yo no puedo explicar, pero al mismo tiempo deja la rendija abierta a cambiar de opinión cuando yo mismo, o los científicos de quien me fío, me digan que lo que antes se creía A ahora es B. Dar algo por seguro sabiendo que podría cambiar no es fácil, pero es bonito, y es ciencia. Fiarse de la comunidad científica contraviene nuestra individualidad, pero es bueno. 

La confianza en la ciencia llega también, claro, por razones más mundanas. Arregla problemas. Facilita soluciones. Cura enfermedades. Y no sólo eso: también promete. Pese a que esta promesa pueda acercarnos a la fe, la ciencia se puede permitir prometer cosas apelando a la razón y la lógica, porque se base en ese asidero aceptado por la mayor parte de la sociedad que nos explica la vida, al menos en parte. Me gusta la ciencia porque está llena de interrogantes, y los interrogantes, aunque a veces molestos, dan mucho juego. Ayudan a avanzar, y esto es más fácil cuando, por experiencia, sabes que la ciencia dará algunas respuestas. 




Lo complicado de la ciencia es regularla, ponerle límites, barreras o normas. En parte, porque no siempre es fácil comprenderla, y porque debe adaptarse a principios socialmente aceptados como la política, la ética y los intereses. Jon Umérez, en su 'Epistemiología entre la ciencia y la ética', dice: "Muchas veces discutimos si se debe o no se debe hacer X (permitir X), cuando lo difícil es comprender y evaluar qué es X". La base de la ciencia podría solucionar la última parte de la frase, pero su convivencia con la política, la ética, las emociones, la economía, etc., abren la puerta a que se dé la primera. La necesidad de acoplar la ciencia a nuestro día a día, individual y social, es otro de sus encantos, tan problemático como apasionante. 

Otro punto a favor de la ciencia es que nos empuja a ir más allá. Nunca comprenderemos todo, y siempre desarrollaremos nuevas herramientas y conceptos para intentarlo. En parte por esta razón, a veces nos pasa eso que dice Jon de "se está discutiendo en demasía el deber hacer" de aplicaciones que seguimos (y seguiremos) sin poder hacer". 

La ciencia, como también recuerda Jon, puede hacernos arrogantes, pero sólo cuando la entendemos mal. Bien entendida, la ciencia nos hace más humildes, por mucho que el hombre sea poco tendente a ello. Una razón más para quererla. 

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