Este post se basa en el análisis de una parte de la tesis doctoral de Marila Lázaro en la UPV/EHU, 'Cultura científica y participación ciudadana en política socio-ambiental', que no puedo enlazar aquí al no haberla podido encontrar en la web.
Epistemología y cultura científica
Tarea 4b.- Redacción de opinión
Partimos del análisis de dos equiparaciones entrelazadas:
- - Incremento de la cultura científica entendida
como alfabetización = incremento de la actitud positiva hacia la ciencia.
- - Actitud negativa hacia la ciencia = falta de
cultura científica entendida como ignorancia.
Estoy absolutamente de acuerdo con que la cultura científica
no debe restringirse a un mero conocimiento formal o teórico de conceptos, sino
añadir la capacidad de comprenderlos y utilizarlos en el día a día. Ya hace más
de un siglo, Dewey señalaba que ser científicamente culto “no sólo es
saber más ciencia, sino también ‘practicar la ciencia’, llevarla a la vida
diaria a través de la potenciación de las capacidades de los individuos para
tomar decisiones y elegir cursos de acción”.
Y, sin saberlo, ya jugaba con el
concepto de ‘ciencia ciudadana’ que hoy manejamos, al defender “la
alfabetización científica por medio de la incorporación de la ciencia a la
experiencia humana mediante la educación y la política”, tal y como señala
Marila Lázaro.
Sesgos, bulos, infoxicación...
Estoy más de acuerdo, o más seguro de estarlo, con la
primera de las equiparaciones que propone la tarea: una ciudadanía con
alfabetización y cultura científica será más proclive a tener una actitud
positiva hacia la ciencia. Veo esto cierto, al menos, de forma teórica, sin
incluir la interferencia de factores prácticos como los sesgos ideológicos, la
infoxicación informativa, los bulos y la situación socioeconómica, por ejemplo.
Por lo general, si una persona conoce la ciencia, la entiende y la aplica en su
vida, se dará cuenta de que les es útil, por lo que tendrá una actitud positiva
hacia ella.
La segunda equivalencia me genera alguna duda más, porque de
entrada yo le daría la vuelta. La equivalencia no es tanto la propuesta (‘actitud
negativa=falta de cultura científica e ignorancia’), sino la contraria (‘falta
de cultura científica e ignorancia = actitud negativa’), ya que con este orden
de factores tiene más sentido, por correspondencia, el análisis junto a la
primera de las equivalencias propuestas. Siguiendo el razonamiento de esa primera
equivalencia, una ciudadanía no alfabetizada e inculta científicamente tiene
más papeletas para acercarse a una actitud negativa, aunque sólo sea por el
miedo y reticencia al cambio y a lo nuevo que solemos tener los seres humanos.
En todo caso, veo más fácil de demostrar la equivalencia
positiva (cultura y alfabetización=visión positiva) que la negativa (no
alfabetización e incultura=visión negativa). ¿Por qué? Porque creo que la falta
de cultura puede conducir también a no implicarse, a no formarse una idea
propia, a ‘pasar’ de la ciencia sin plantearse si es buena o mala. Incluso
alguien formado y educado puede interpretar que la ciencia no es puntualmente buena,
como por ejemplo sucede con cuestiones polémicas como la energía nuclear o la
inteligencia artificial.
"A mayor cultura científica, mayor desenvoltura social"
Algo similar a lo que pienso señalaba J. Miller en el texto de
Lázaro: “La alfabetización científica cívica (civic scientific literacy) se puede
conceptualizar como el nivel de comprensión de CyT necesario para funcionar
como ciudadano en la sociedad actual, moderna e industrial”. A mayor cultura,
mejor desenvoltura social, lo cual no puede interpretarse sino algo positivo. Si
a ello se añade, como hizo el propio Miller años más tarde, “la capacidad
de distinguir a la ciencia de la pseudociencia”, la cultura y la alfabetización
suman puntos, acercando esa búsqueda de una ciencia con mayor interés y
participación ciudadana.
Lázaro incide en estas ideas al señalar que los teóricos se fueron
dando cuenta, al investigar sobre la divulgación y la cultura científica, de
que el argumento cultural ganaba peso: aparecen “beneficios intelectuales,
estéticos y morales”, por lo que “un mayor conocimiento científico redundará en
un mayor estímulo para el goce intelectual y el bienestar social”.
Al leer a Lázaro, desde las primeras líneas uno piensa en las
encuestas de percepción social de la Fecyt, que lógicamente aparecen citadas en
las últimas páginas de su texto. La Fecyt es heredera de aquellos primeros “trabajos
sobre conceptualización y medida del conocimiento científico del público”, que
arrancaron y se consolidaron a partir de los años 80 del pasado siglo. Frente a
lo positivo de estas iniciativas, nos sigue quedando la duda de si realmente
avanzamos en alfabetización social y cultura científica.
Uno de los gráficos de la última encuesta de percepción social de la ciencia de la Fecyt. |
Miller, en 2002, ya
decía que “el diagnóstico de todas formas estaba claro, aunque en crecimiento,
estos niveles eran demasiado bajos para los requerimientos de una sociedad
democrática marcada por los desarrollos de la CyT”. ¿Hemos avanzado desde
entonces? Las encuestas de la Fecyt ofrecen una leve tendencia a mejor, pero
poco significativa quizás.
Con el cambio de siglo, ganó peso un concepto importante: el
problema de la falta de alfabetización, cultura e interés científico no es sólo
del público. Aunque es una teoría que ya se había dejado caer antes, en las dos
últimas décadas está quedando claro que es un proceso a cuatro bandas “ciencia/instituciones/expertos/diferentes
públicos”.
Tener la ciencia a mano
Para manejar ambas equivalencias propuestas, me han parecido muy
interesantes varios conceptos que cita Lázaro en su texto, especialmente dos:
el término cultura científica significativa y apropiación social de la ciencia.
Ambos parecen relacionados y ponen nombre a la idea ya antes comentada: el
cuidado tiene que saber valerse de la ciencia, hacerla suya, llevarla en el
bolso y la cartera, para entendernos, y poder echar mano de ella cuando la vida
lo requiera.
Lo resume bien Lázaro: “La adquisición de cultura científica por
los individuos debe tener una incidencia en la vida de las personas, generando
pautas y disposiciones comportamentales en el desempeño de éstas como
consumidores, profesionales, usuarios de sistemas de salud, o en su relación
con el ambiente”.
Para terminar, una última reflexión de Lázaro que considera
interesante para discutir las dos equivalencias: “Una persona sin un saber
enciclopédico puede sin embargo integrar y explotar críticamente la información
que recibe sobre CyT”. No consiste en aplicar literalmente ese clásico ‘el
saber no ocupa lugar’ para llenarse la cabeza de conceptos teóricos, sino en
tener la capacidad de extraer de la ciencia lo que más necesitemos y nos
interese. Para ello hay que conocerla y comprenderla, y esto nos llevará a la
idea de ‘significativa’, sabiendo aplicar la ciencia en su justa medida, según
nuestro entorno nos lo reclame.
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