Y digo 'en principio' porque las nuevas tecnologías, con Internet y todos sus derivados a la cabeza, han traído consigo una avalancha de oferta, que está generando una sobreexposición del destinatario. Ruido. Infoxicación. Despiste. Hastío. Frustración. Todos estos conceptos pueden interferir en la comunicación de la ciencia de 2020. La época con más facilidades para llegar a alguien puede también ser la época con más dificultad para lograr su atención.
Forges daba muchas veces en el clavo. Aquí hablaba de periodismo, pero su idea es aplicable a comunicación: el ruido y la sobreexposición dificultan el proceso. |
Comunicación científica es un concepto muy amplio al que pueden aplicarse algunas de las tesis que guían el periodismo científico y la divulgación científica. Los emisores sabemos que podemos depositar el mensaje en el bolsillo de los potenciales receptores, sin necesidad de verles en persona, de que estén en sus casas o de que saquen dos horas para atendernos. Los smartphones y sus nuevas generaciones nos lo ponen todo a un par de clicks o visualizaciones de distancia. Esto tiene dos caras, la oportunidad y el riesgo.
Si en la comunicación de la ciencia el fondo sigue siendo similar, las formas se han reconfigurado. Las vías tradicionales 'oficiales' (estudios científicos, revistas especializadas, congresos, notas de prensa...) siguen en pie, pero están rodeados de mil opciones diferentes: redes sociales, blogs, congresos virtuales, medios digitales, nuevos perfiles científicos, otro tipo de comunicación institucional, nuevas vías para la formación...
Creo que todo esto está generando una burbuja que se refleja, por ejemplo, en twitter, unos de los canales profesionales en los que más se está dibujando la nueva comunicación científica. Hay que tener cuidado al valorar los impactos, porque los RT, Favs, reproducciones o impresiones pueden generar un sesgo importante. Cuesta más saber si la comunicación ha sido efectiva, por ejemplo. A cambio, la diana de la comunicación científica se ha ensanchado tanto que, si se afina, el público potencial es inmenso.
Hay una cosa clara. Con las nuevas tecnologías se ve más claro algo que ya esbozaba la televisión: manda lo audiovisual. Las imágenes y los vídeos son muy importantes en la comunicación científica. Cada vez más. En lo que va de siglo, además, ganan peso la inmediatez y los contenidos cortos: comunicar rápido no es sencillo, y puede ser difícil, y hacerlo de forma breve puede tanto facilitar como complicar el algoritmo para hacerlo con éxito. Jugando con términos clásicos de la comunicación científica, vivimos tiempos más de abstract sencillos que de papers complejos.
El 1.0 sigue teniendo su gracia... |
La parte buena es que las nuevas tecnologías pueden favorecer la bidireccionalidad de la comunicación, que muchas veces ha estado lastrada por la unidireccionalidad. Pero, de nuevo, tantísimas posibilidades generan un entorno en el que no es fácil elegir la correcta. Quien comunica ciencia tiene que afinar mucho y quien la recibe, si desea convertirse en nuevo emisor para mantener una conversación o buscar nuevos públicos, debe navegar entre mucho ruido. Por ejemplo, para el receptor a veces es difícil saber de dónde le llega la ciencia, si el mensaje es el original, si se ha tergiversado, si puede responder al primer emisor, si elige el canal adecuado...
La ciencia ciudadana está, a la vez, más cerca y más lejos. La búsqueda de la cultura científica tiene ahora más aristas que nunca, y de las dos culturas de Snow y la tercera de Brockman quizá podríamos ahora pasar a una cuarta o quinta cultura, o a una diferente. La sociedad está infoxicada y la ciencia, como el periodismo, no deja de buscar nuevas vías de éxito. El open access, por ejemplo, es una baza aún incierta. El boom actual de la divulgación, una gran oportunidad que hay que encauzar. La consolidación de gabinetes de comunicación en instituciones, centros, organismos y empresas, un bien que hay que cuidar y reinventar. Y la nueva generación de científicos y comunicadores que debe tomar el mando, ya puros nativos digitales, debe hallar la manera de aprovecharse de esta explosión tecnológica para aclarar el panorama a las nuevas generaciones.
Para terminar, la comunicación científica lleva todo este siglo en crisis, pero en la concepción de crisis de 'cambio profundo'. Sólo cabe recordar que este cambio afecta más a las formas que al fondo, ya que la comunicación de la ciencia, igual que el periodismo, tiene valores y fines que la evolución tecnológica no debe borrar. La comunidad científica en sí, y los demás agentes que la trasladan a la sociedad (periodistas, divulgadores...) deben tenerlo claro. La sociedad, por su parte, necesita discernir más y mejor, y eso sólo se hace con educación de base, una realidad que lo es con o sin tecnología de por medio.
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